Baño
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Muebles de baño
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En la actualidad, el baño se concibe como un espacio privado con múltiples funciones, que trasciende la mera higiene. Es un lugar dedicado al bienestar y la relajación. Este cambio responde a una tendencia que busca integrar confort, estética y tecnología en un mismo entorno.
Los diseños contemporáneos incorporan elementos que antes eran exclusivos de espacios de lujo. Este cambio refleja una evolución cultural tremendamente significativa: lo que en sus orígenes fue un acto colectivo y ritual, se ha convertido en uno de los núcleos básicos de nuestras casas y en un reflejo del estilo de vida contemporáneo.
El baño a través de la historia
Los baños han sufrido grandes transformaciones profundas a lo largo del tiempo. Las primeras civilizaciones entendieron el baño como algo más que una cuestión de higiene. Para nuestros antepasados, formaba parte un ritual de purificación y un momento de conexión con lo divino. Hoy en día, las saunas y las piscinas públicas persisten como espacios sociales y, de algún modo, reflejan esas viejas costumbres milenarias.
En Egipto, por ejemplo, bañarse era considerado sagrado, una forma de honrar a los dioses y mantener la pureza del alma. Los egipcios utilizaban aceites y ungüentos naturales, y el baño se realizaba en espacios colectivos, donde además de higiene se fomentaba la interacción social.
Otras culturas antiguas también otorgaron gran relevancia al baño. Babilonios, griegos y romanos desarrollaron instalaciones públicas que se convirtieron en auténticos centros de convivencia. El baño público más antiguo conocido, Mohenjo-Daro, en la actual Pakistán, data del año 3000 a. C. y evidencia que el baño era un acto comunitario y religioso.
En Grecia, además de la limpieza, se vinculaba a la práctica deportiva, en las primeras primitivas piscinas y gimnasios. Sin embargo, fueron los romanos quienes llevaron esta costumbre a su máximo esplendor. Las termas romanas eran complejos arquitectónicos que podían albergar a miles de personas y contaban con jardines, bibliotecas, vestuarios, piscinas de agua caliente y fría, saunas y hasta restaurantes. Estos espacios no solo cumplían una función de limpieza, sino que eran lugares de encuentro, ocio y cultura, sostenidos por un avanzado sistema de calefacción y canalización que marcó un hito en la ingeniería.
Mientras tanto, en Oriente, el baño también ocupaba un lugar destacado. Los hammams turco-árabes, que aún existen, fueron también activos centros sociales.
En Japón y China, el baño fue desde la antigüedad una práctica ligada a la espiritualidad y la relajación. Los onsen, los baños termales naturales, son una parte esencial aún hoy de la cultura japonesa, , aprovechando las aguas volcánicas ricas en minerales para promover la salud.
En China, la tradición del baño también tiene raíces profundas. Hace miles de años, especialmente en la dinastía Tang, se popularizaron los baños públicos, que eran lugares de encuentro y descanso. El baño se vinculaba con la medicina tradicional, ya que se consideraba que el agua caliente ayudaba a equilibrar la energía del cuerpo. Las casas más acomodadas contaban con bañeras de madera, mientras que las clases populares acudían a establecimientos colectivos. La medicina china tradicional también prescribía baños medicinales con hierbas y aceites, una costumbre que aún se mantiene en algunas regiones como parte de la cultura del bienestar.
Esta continuidad contrasta con lo ocurrido en Europa durante la Edad Media, cuando el moralismo cristiano transformó la percepción del cuerpo y la higiene. El Papa Gregorio I llegó a calificar el cuerpo humano como una “abominable prenda del alma”, lo que convirtió el placer en pecado y el acto de lavarse en una práctica sospechosa. Como consecuencia, los baños públicos desaparecieron y la limpieza se redujo a lavados parciales y uso de perfumes para disimular olores. Esta falta de limpieza contribuyó a epidemias y plagas que asolaron Europa durante siglos.
A pesar del contacto con otras culturas a través de las Cruzadas, Occidente no recuperó el hábito del baño hasta la Ilustración, en el siglo XVIII, cuando comenzó a entenderse científicamente como una cuestión de salud. Sin embargo, la transición hacia el baño individual en el hogar fue lenta.
Las dificultades para acceder al agua y las condiciones sanitarias, sumadas a la resistencia cultural, prolongaron el proceso. En los primeros intentos, no existía una habitación específica para bañarse: se utilizaban bañeras de madera en cualquier espacio disponible y todos compartían la misma agua. Solo a finales del siglo XIX, con el avance de la fontanería y la llegada del agua corriente, el baño se integró en las viviendas. Las bañeras de hierro esmaltado y los inodoros con cisterna revolucionaron la comodidad doméstica, y la higiene se convirtió en símbolo de progreso y salud pública, impulsada por descubrimientos médicos que relacionaban la limpieza con la prevención de enfermedades.
El siglo XX consolidó esta transformación. Las ciudades emprendieron obras de saneamiento y comenzaron a llevar agua corriente a los hogares. De este modo, el baño privado se convirtió en un reflejo de cómo se había democratizado la salud, la higiene y el bienestar.
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