Recomendaciones | Cine y series Sin palomitas: Las mejores películas alternativas de 2022
Por Cultura Fnacel 28/12/2022
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Carla Simón Pipó limpia, fija y da esplendor. Con un par de largometrajes y un puñado de cortometrajes, ella ha conseguido algo que muchos no consiguen ni después de décadas y décadas de carrera: tener una voz y una mirada propia.
Su lenguaje se sustenta con los rostros de las personas normales y los lugares que habitan. Esa peculiar manera de acercarse de frente a los seres humanos le han valido una retahíla de prestigiosos premios, como son el Oso de Oro a la mejor película en el Festival de Cine Internacional de Berlín, un premio Goya a la mejor dirección novel, ser preseleccionada para los premios Oscar, un porrón de Premios Gaudí, otros tantos Feroz... y los que le quedan por recibir.
Ante la llegada de su flamante segundo largometraje a nuestras estanterías, repasamos la filmografía de uno de los mayores exponentes de la buena salud y del buen futuro que tiene nuestro cine.
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El verano de 1993 fue mucho más melancólico que el de 1992. El vacío que nos dejaron Cobi y Curro a los niños de los noventa fue grandísimo. Puede no nos enterásemos mucho de la crisis política y económica mundial que acababa de estallar, pero la ausencia de un acontecimiento mundial en nuestro radio de acción nos dejó tan tocados que casi entendíamos los boleros que Gloria Estefan cantaba una y otra vez en nuestras radios y equipos de alta fidelidad. Sin embargo, nuestra angustia vital no tiene ni punto de comparación con el verano de Frida. Su madre acaba de morir por complicaciones relacionadas con el SIDA. La misma causa que se había llevado a su padre unos años antes. Este verano es el primero que ella va a vivir con sus tíos en un pueblecito de Girona.
Basándose en su propia experiencia personal, Carla Simón construye en Estiu 1993 una cinta extremadamente delicada y sensible. En vez de caer en los farragosos terrenos del melodrama sentimentaloide, prefiere centrarse en los sentimientos de la niña a través de sus reacciones ante esas pequeñas cosas que han cambiado para siempre en las primeras semanas de ese verano.
Un drama inabarcable para la propia Frida, porque, de todos es sabido, los conceptos de muerte y luto chocan completamente con la naturaleza inmortal de una niña como ella.
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Poco después de firmar Estiu 1993, Carla Simón siguió ahondando sobre el estigma y la discriminación que han sufrido y siguen sufriendo hoy en día las personas portadoras del VIH, a pesar de todos los avances médicos y las campañas de información y concienciación durante décadas.
Utilizando como excusa una situación tan emocional como que un antiguo amante te comunique que tiene VIH, Carla Simón construye un notable cortometraje desde el punto de vista cinematográfico, pero cuyo mayor triunfo es su excelente carácter didáctico y esclarecedor sobre realidad de una persona portadora del virus en la actualidad.
Una realidad que está a años luz del drama que existía hace décadas.
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Una vez más, Carla Simón nos transporta en mitad de una historia mínima. En esta ocasión, la unidad familiar no consiste en cuatro personas como en Estiu 1993, sino los tropecientos miembros que conforman a los Solé. Primero conocemos, y caemos rendidos, ante los más pequeños y sus viajes imaginarios en un coche abandonado. Después, nos pegamos unos bailes con los adolescentes en las verbenas de la plaza del pueblo. Una pequeña charla con el abuelo y sus recuerdos de vidas pasadas. Irrumpen las envidias y amoríos de las hermanas, hermanos y respectivas parejas...
A todo este maremagnum de emociones, añadimos que los Solé se encuentran al filo del abismo: puede que esta cosecha de melocotones sea la última. La llegada de los paneles de energía solar es una apisonadora que va arrasando la actividad agrícola de la comarca.
La sutil narración se ve engrandecida una vez más con su impecable dirección de actores. Si en Estiu 1993 teníamos a los impecables ganadores de sendos premios Goya por sus papeles junto a Simón, David Verdaguer (10.000 km) y Bruna Cusí (La reina de los lagartos), y a las niñas Laia Artigas (Paquita Salas) y Paula Robles (Después también), aquí tenemos una legión de actores no profesionales con ningún parentesco conocido que actúan como una familia verdadera. Algo que parece mágico, pero que no sería justo achacar a lo oculto, sino a una acertadísima acción de casting y una dirección de actores espectacular.
Gracias a ello, Alcarràs logra ser una preciosa y amarga oda a todas nuestras familias. Vengamos o no del campo.
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Para sorpresa de muchos y beneplácito de todos, Carla Simón nos trajo una bola extra pocos meses después Alcarràs. Esta Carta de mi madre para mi hijo supone su trabajo más poético y personal hasta la fecha. A lo largo de este precioso poema visual, Simón escribe la carta que su madre hubiese escrito para su nieto. Consejos de su madre construidos a través de ecos del pasado que resonarán en el futuro de hija y nieta.
Realmente emotivas y bellas resultan las recreaciones en la actualidad de la propia Carla Simón de las fotografías reales que realizó su madre estando embarazada; así como las conversaciones con una idealizada imagen maternal (interpretada por la mismísima Ángela Molina, Ese oscuro objeto del deseo) ante el Mediterráneo.
David Lastra (Fnac Callao)
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